Se con certeza que todo empezó antes de lo que yo recuerdo, pero de algún modo, mi cabeza recortó en el tiempo una serie de imágenes desfasadas, que la psiquiatra luego catalogó: el brote. Fue como si de mi mente nacieran plantines airosos anclados en la nada, una serie de pasos torpes que me conducirían a la demencia.
La demencia como ese estado en el que la razón y la memoria entran en otra sintonía no terrenal, en donde tiempo y espacio se establecen en un multiverso, intenso y desgastante como correr una maratón mental. Así al menos, se sintió para mí. Una semana entera sin dormir. El estómago cerrado, los sentidos hiper estimulados, ¿cómo poner en palabras todo lo transitado por el cuerpo?
Algunos indicios aparecían meses antes, el repentino poder de una supuesta capacidad de telepatía y una entidad con la que podría mantener relaciones sexuales a la distancia. Rituales con velas, sahumerios, mirra, incienso, hasta llegar a bañarme con sal y lavanda para quitar el diablo dentro mío. ¿desde cuando me interesó el misticismo?
En mi cabeza se fueron tejiendo relaciones perfectas que me llevaron a saltar a otra realidad. Escuchar, ver y sentir cosas donde solo habita el silencio es difícil de admitir. Sin embargo, me veo en la necesidad de poder exteriorizar ese terremoto interno.
El recuerdo más latente que tengo del inicio del brote, es estar tirado en el piso de mi casa llorando desconsoladamente y escribiendo en un cuaderno: “me estoy muriendo porque me hicieron un gualicho que se lleva mi fuerza interior”. Podía escuchar las voces de mis atacantes diciendo que yo quería ser parte de una secta satánica y en mi iniciación había regalado mi alma al diablo. Ni siquiera la había vendido, me habían sacrificado.
En esa desesperación, llamé a una amiga que vino a asistirme. Lamentablemente, ella creyó lo que yo le contaba y esa noche ante la imposibilidad de dormir debido a la exaltación, oró despavorida en la cama con la esperanza de poder calmarme.
Tomar dimensión de una enfermedad mental puede ser complejo. Otra amiga tuvo una hernia de disco y la gente no dudó en preguntarle cómo estaba incluso medio año después de que le pasó. Camina rengueando por lo que tiene una herida visible, y es allì donde me gustarìa detenerme, porque cuando tenés una enfermedad mental o transitas un brote psicótico como en mi caso, la herida, el quiebre, el dolor, puede llegar a pasar desapercibido. Un trastorno mental puede sufrirse en el silencio más desolador.
En mi vivencia, los límites morales y sociales, fueron totalmente desdibujados cuando nacieron de mí éstos pensamientos. Tengo recuerdos desordenados pero vívidamente presentes de las cosas que pasaron. Por nombrar algunos, un ritual con huevos a las 7 am en el parque Chacabuco, luego de haber despertado a un amigo a la madrugada creyendo que le había contagiado una maldición. Abrazos a árboles que me hablaban y visitar a una persona creyendo que era el mesías.
En este viaje místico pude rastrear data que sirvió de insumo a la locura. Efectivamente me había cruzado con gente que habló de curaciones con huevos, de diseño humano, tarot, taoísmo, pedagogía waldorf, ocultismo, etc. Mi cabeza metió en la licuadora toda la información que resultó en el colapso. La falta de sueño y comida hicieron lo suyo, el consumo esporádico de sustancias psicoactivas también.
Pero volviendo a la noche de canto cristiano, esa mañana posterior tuve una entrevista virtual con una psiquiatra y enfermerxs vinieron a tomarme las pulsaciones. Tengo la imagen patente de que nombraran mi episodio como “un simple susto del cual tenía que descreer”.
Posteriormente y sin vencer el temor, me instalé en lo de mis viejos. Habían pasado todas esas cosas, y si bien mi entorno percibía que yo estaba a la defensiva, el brote no había sido descubierto como tal. En la soledad de la habitación yo insistía con los rituales, fue entonces que tuve una premonición: simular un sueño que había registrado por escrito en vísperas de mi cumpleaños.
Ese fue el punto de giro de mi historia, la culminación del brote psicótico. Me desvestí haciendo ejercicios de hiperventilación y salté por la ventana, corrí lo más rápido que pude. Estaba convencido de que una fuerza superior me acompañaba y podía escuchar voces del cielo que me alentaban a elevarme. Creía llegar a volar hasta que un tipo cruzó su camioneta en la calle y me dijo: tu mamá te está buscando.
Subí desnudo a la camioneta y le indiqué al conductor el celular de mi madre. En mi loop mental estaba convencido de que había logrado hablar con él más allá. Me habían dicho que el frente de todxs, era con “lxs de arriba” y que Cristina iba a venir a visitarme. Mi sorpresa fue absoluta cuando vinieron los médicos en vez de Cristina. Era más de medianoche cuando me llevaron al hospital psiquiátrico Estévez.
Yo no sabía a dónde me llevaban. Una doctora me atendió en la salita y puso varias pastillas sobre la mesa que nos separaba. Recuerdo vagamente la charla, aunque se que no quería tomar nada porque me hacía acordar a la historia de una amiga que había estado cinco años en tratamiento psiquiátrico y había sufrido el abuso institucional del aparato médico.
Finalmente, me fui de ahí con la condición de tomar la medicación asignada. Los días siguientes fueron difíciles, insomnio a pesar de los somníferos, ataques de pánico y ansiedad. Flasheaba con extraterrestres, flasheaba con señales del cielo y para colmo chateaba con una persona que decía tener las mismas apariciones que yo. Experimenté el miedo en su máxima expresión, dormía en la pieza de mis padres. Lloraba, y cualquier contacto significaba algo en mi submundo. Por ejemplo, la televisión me hacía mucho daño.
Mi período más inconsciente fue la transición a la “realidad”. Seguramente porque estaba bajo los efectos de la medicación. En ese momento tomaba risperidona, clonazepam y otra droga que afortunadamente suspendieron rápidamente porque era demasiado para mi cuerpo desnutrido. En ese estado de irrealidad hice una residencia artística.
Tengo presente las quejas de una compañera por mis siestas durante el proceso, mi lentitud o mi irracionalidad. Es difícil poder poner en palabras cual era mi claridad sobre todo eso que acontecía, porque yo seguí la vida como si nada. Si no fuera porque los médicos de la guardia psiquiátrica del Italiano indicaron la internación, luego de que yo les contara mis anécdotas,que mis padres muy gentilmente firmaron para que no sucediera y yo pudiera recuperarme en su casa, las cosas hubieran sido diferentes.
Pero en ese momento, se dieron así, y a pesar de todo terminé la residencia. Acentué mi cuerpo desnudo en ella, hice todo muy lento e intenté esbozar ideas que devinieron en palabras en infinitivo. Eso era yo, un ser en infinitivo. Tiempo más tarde un psiquiatra sería muy duro conmigo diciéndome en la primera consulta que teníamos que seguramente desde siempre habría sido bipolar, y que mis padres tendrían que haberme internado cuando les dieron la oportunidad.
Lo más difícil no vino con el brote sino después de él. La residencia terminó, el verano siguió y lo que eran giras y locuras devinieron en días, semanas, meses, un año entero de depresión. Falta de interés, falta de emoción, una total desconexión. Angustias repentinas, llantos, neurosis y silencio. Imposibilidad de hablar, de transmitir, de decir algo más que “me siento mal”. Costó mucho salir de ese estado, de esa monotonía donde el trauma era el eje principal. En mi mente, repetía éstas imágenes y me avergonzaba, estaba atrapado en un recuerdo latente del brote. Mi cuerpo por su parte, se empezó a doblar y a convertir en signo de la derrota. Las horas se pasaban dormidas, anestesiadas y solitarias.
Por suerte, el tiempo, la terapia, la medicación, la contención de mi red afectiva y el invernar lejos de todo hicieron sus frutos. Soy una persona privilegiada que puede hoy en día poner en palabras el horror de un mal viaje mental gracias al proceso de recuperación que lleva más de un año aconteciendo. Quizás si me hubiera roto una pierna, todo el proceso hubiese sido más visible pero como todo esto sucedió adentro de mi cabeza quedó de alguna manera tapado.
Sé que hay mucha gente que pasa por situaciones similares o peores que la mía. Que quizás no cuenta con una red afectiva, ni con la posibilidad de acceder a un tratamiento psiquiátrico adecuado. Se que hay mucha gente en situación de encierro, mucha gente perdida hablando sola en una esquina. Se que hay mucha gente que calla lo que amaría gritar, porque ser locx es habitar esta época de crisis económica, individualismo, aceleracionismo y existencia post pandemia. Porque ser locx es desobedecer a este sistema que nos oprime y nos aliena. Porque ser locx es una realidad de muches de nosotres, y yo soy solo unx más que se enorgullece de sobrevivir.
Las heridas invisibles existen y las cicatrices son nuestra memoria de los hechos. Éste es un racconto de sucesos ocurridos desde noviembre del 2021 y que se encuentran aún hoy operando en mi presente mientras las hago carne, las digo palabra, las escribo en este documento en marzo de 2023. Mi tratamiento psiquiátrico continua, tomo 15 mg de aripiprazol a diario, deseo por sobre todo resignificar las memorias turbulentas para poder adentrarme en un nuevo capítulo de mi vida más consciente y presente.